Del 23 al 25 de abril, nuestro centro educativo se convirtió, una vez más, en un modesto pero vibrante festival literario. Fue la Semana del Libro, esa pequeña gran revolución anual que logra lo imposible: que los libros compitan –y a veces ganen– frente a pantallas, notificaciones y algoritmos.

No es casualidad que esta cita coincida con el Día Internacional del Libro. En un mundo que muchas veces olvida dónde dejó el punto de lectura, esta semana tiene una misión clara: reconciliar a niños, niñas y adolescentes con el acto milenario (y todavía milagroso) de leer. Y lo hace no desde la imposición, sino desde el juego, la emoción y la sorpresa.

Lectores en mantas, escritores en ciernes

El miércoles 23 comenzó con un Picnic Literario para los más pequeños —Infantil y Primaria—, quienes, en vez de recitar la tabla del 3 o hacer sumas con bloques de colores, pasaron la mañana entre cuentos, bocadillos y briznas de césped. Leer al aire libre, con el sol como lámpara de lectura, convierte el texto en experiencia sensorial: las palabras se saborean mejor si están envueltas en risas, migas de pan y olor a tierra mojada.

Mientras tanto, los mayores, los de ESO, se batieron en duelo… con la pluma. El Concurso de Relatos Cortos no es solo una excusa para que escriban: es una declaración de principios. Porque quien escribe, decide. Nombra el mundo, lo moldea, lo subvierte. ¿Qué mejor ejercicio de libertad adolescente que inventarse una historia?

Cuentos que no se leen, se escuchan

El jueves 24, las palabras dejaron el papel para salir por la boca. Ana Hernández y Fran Bermejo —maestros de la narración oral— nos recordaron que antes de los libros, ya contábamos historias. Que un buen cuentacuentos no necesita más que su voz para abrir portales. Que los niños, cuando escuchan atentos, no están “quietos”: están viajando. Desde Infantil hasta Primaria, la fantasía se apoderó de las aulas con cuentos que no solo se entendieron, sino que se vivieron.

El arte de imaginar (y ser reconocido por ello)

La semana concluyó el viernes 25 con la Entrega de Premios del Concurso de Relatos Cortos. Un acto breve, pero cargado de simbolismo: en tiempos de inmediatez, se premia la paciencia de sentarse a escribir. En tiempos de copia-pega, se valora la creación propia. Y en tiempos de algoritmos que deciden qué leer, se celebra a quienes aún deciden qué contar.


La Semana del Libro no es solo un evento: es un paréntesis en el calendario escolar que nos recuerda que educar también es narrar, imaginar, escuchar. Que un centro educativo puede ser biblioteca, fogata y escenario. Que entre la caligrafía y el recreo, cabe la posibilidad de que alguien descubra, por primera vez, que leer no es una tarea… sino un placer. Un refugio. Un derecho. O incluso, con algo de suerte, un hábito.

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